Walter Benjamin

Portbou y el paso de Belitres.

El sendero en los Pirineos entre Banyuls Sur Mer y Portbou es, por momentos, irreconocible.  Son huellas al borde de laderas escarpadas, difíciles de transitar, sobre todo en invierno.  Los rastros de Benjamin se confunden con los que dejaron los miles de refugiados que huían desesperados de la guerra y de la muerte. Las huellas, como la memoria, es frágil: Benjamin sabía eso. 

Uno de los pasos fronterizos de montaña entre Francia y España se denomina Coll de Belitres. En catalán, “belitre” significa indeseable, ruin. La ironía de la historia consigna que los refugiados españoles pasaron por allí al final de la Guerra civil, en 1939. Más tarde, en septiembre de 1940, Walter Benjamin atravesaría esa misma frontera, huyendo de la barbarie nazi.

Desde mis años de estudio de sociología, luego durante el tiempo de prisión y en mis primeros años como exiliado, quedé fascinado por los textos de Benjamin: la ciudad, la huella de la historia, el diálogo entre barbarie y civilización, sus trabajos sobre Kafka y su interés en lo microcósmico. Sus textos me entregaron imágenes dispersas y polifacéticas y, sin embargo, profundamente unidas unas a otras.

Su Tesis de filosofía de la historia publicado parcialmente dos años después de la muerte de Benjamin, no es un texto acabado: es un proyecto. Son escritos realizados en diferentes momentos, entre finales de 1939 y principios de 1940, un conjunto de notas depositadas en su cuaderno o en papeles de muy distintos formatos, en los bordes de periódicos. Ahí está la letra menuda de un hombre que huye, perseguido por las fuerzas nazis. Mucho se ha fantaseado en un intento de dilucidar si acaso estas notas eran las que Benjamin llevaba en su maleta, durante su viaje por los Pirineos, antes de suicidarse. Nadie lo sabe con exactitud. 

En Estocolmo empecé a leer sobre la vida de Benjamin, sobre su destino como exiliado, su no pertenencia, su fuga a París y su huída a través de los Pirineos hacia España. Benjamin murió en un pueblo de frontera, optó por el suicidio ante la imposibilidad de otra salida a la persecución. Quería poner fin a la sensación de ser un paria, un “homo sacer”, como lo denominaría el filósofo italiano Giorgio Agamben.

Los últimos días de Benjamin y su huída a través de los Pirineos se convirtieron para mí, con los años, en una obsesión. ¿Cuáles fueron las dificultades que Benjamin encontró en su paso por las montañas? ¿Qué ideas lo dominaron en sus últimas horas? ¿Cuál fue la senda que utilizó? ¿La de los contrabandistas?  ¿La de los refugiados españoles? ¿Por donde llegó a Portbou?  ¿Qué Portbou encontró?  ¿Habló con gente del pueblo? ¿Cuáles son los detalles de su muerte?  ¿Fue inducido a suicidarse? ¿Donde quedaron sus documentos y el maletín que portaba en la travesía? ¿Sus escritos y su libreta de apuntes? ¿Eran las Tesis sobre la historia lo que llevaba en su maletín? ¿Dónde fue a parar su cuerpo?  

La senda utilizada por Benjamin estaba llena de huellas de otros exiliados huyendo del horror de la Guerra civil en España o de la invasión nazi en Francia. La huella y su analogía con el camino de la historia es evidente. Benjamin era consciente que todo recorrido histórico deja huellas culturales, microcosmos por los que él tenía una gran debilidad. Su observación constante de lo minúsculo, los rastros de toda creación pretérita que denota la historicidad de un objeto, se convirtieron en su fascinación.  

Durante tres meses de invierno de 2015 y tres semanas en la primavera del 2016 me dediqué

a investigar los detalles de su travesía. Para eso me instalé en Banyuls Sur Mer y en Portbou, y atravesé varias veces la montaña a uno y otro lado de la frontera. No siempre fue posible, ya que el viento huracanado – la tramontana– me impidió en ocasiones cubrir la ruta. En Portbou me encontré con una ciudad desolada, decadente, casi sin futuro. Un pueblo que vive de recuerdos y de costumbres pasadas. La imponente estación de ferrocarril, que en tiempos pasados jugaba un rol de aduana, era un nudo vital en el tráfico de mercancías y pasajeros hacia ambos lados de la frontera. Hoy está moribunda.  Si no fuera por algunos pasajeros que viajan a Cervere, en Francia, nadie se daría cuenta de la existencia de Portbou.

Al cementerio donde se encuentran los restos Benjamin viene uno que otro estudiante, investigador o turista perdido que se encuentra con Portbou de casualidad. La supuesta tumba de Benjamin, mira solitariamente hacia el mar.

Patricio Salinas A, mayo 2016