Los otros

Persona equivalía en sus orígenes a “máscara”, y a través de ésta el individuo adquiría un rol y una identidad social. La pugna por la máscara era el intento de reconocimiento.















Desde  que la administración colonial inglesa incorporó el sistema de clasificación de las huellas digitales, la definición de persona cambió. Identidad pasó de ser sinónimo de “persona”, sujeto social reconocido, a un sujeto reconocido por sus datos biológicos. Bertillón, descubrió en 1880 el sistema antropométrico-fotográfico de identificación personal, utilizada pronto por todas las policías y registros civiles del mundo. Con la creación de los estados modernos se identifica persona con nacionalidad.

Los deportados en los campos de concentración bajo régimen nazi, no eran reconocidos ni por sus nombres ni por sus nacionalidades, sino por un número grabado en sus brazos. Hoy, en las sociedades contemporáneas se reconoce a la persona por su ADN. En Europa se prepara un registro internacional de ADN de todos sus ciudadanos. Como bien señala Giorgio Agamben, la persona es reducida a sus datos “biométricos” y la identidad ya no es sinónimo de persona, aún más, se define sin persona.
















La pugna de los seres humanos por conseguir un espacio de reconocimiento social ha existido desde siempre. En tiempos de grandes cambios, de crisis continuas, de inestabilidad política y de una masa de refugiados creciente, el ser humano pierde, todos sus referentes de identificación, su país, sus amigos, su familia, su lengua, su rol en la sociedad que le vio crecer. En el intento de recrear nuevos espacios de reconocimientos en las sociedades a las que los refugiados o inmigrantes llegan, se encuentran a menudo, con el fenómeno de la exclusión social. Un sentimiento de humillación constante les invade, se convierte en el “otro”, un ser visto por las clases dominantes como inferior y despreciable y que en el mejor de los casos despierta compasión y lástima.